LA RULETA RUSA

Estaban en el colegio mayor, Erik ya había librado un año. Todas las noches se abrían dos puertas al azar. Sus ocupantes eran conducidos al sótano. Una vez allí los sentaban frente a frente vestidos con una túnica, les ataban las piernas y un brazo y les entregaban un revólver. En el tambor, un solo cartucho. Debían dispararse en la sien por turnos, dos veces cada uno. Si ambos sobrevivían se volvían a girar el tambor  y se repetía la operación. 

En este macabro juego podían suceder tres cosas, la más probable, que en la primera tanda uno de los dos participantes forzosos se volara la cabeza. Otra, también muy probable, que ambos superaran la primera ronda y uno perdiera la vida en la segunda. La última, y menos probable, que ambos sobrevivieran.

Todos en aquella ala del edificio temían a la oscuridad. Temían que anocheciera y se mientras trataban de conciliar el sueño su puerta se abriera.

Se condujo a su habitación. Arrastraba los pies temiendo llegar. Temiendo que tras acostarse y apagarse la luz, la puerta se abriera y se tuviera que volver a enfrentar a aquella aterradora experiencia.

Tal como temía, la puerta se abrió. 

Erik estalló. Se agitaba en su cama. Sintió las correas mientras una voz que no escuchaba le decía que querían evitar que se volviera a lesionar.

La auxiliar introdujo la pastilla en su boca y acercó un vaso de agua a sus labios.

- Erik, haz el favor. Trágatela.

Después anotó en su expediente que le había suministrado el medicamento a media noche.

Amaneció, los doctores, las enfermeras y el resto del personal de la planta de psiquiatría cambiaban el turno y se marchaban a su casa.

Ana ruiz de Eguilaz, Ruleta Rusa, Relatos
Fuente imagen : Wiki media commons

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