NIEVA

Nevaba copiosamente. La serenidad de los copos al caer y ese silencio "limpio" como el aire que solo sucede con las nevadas, se vieron interrumpidas por el rugido de un motor. Trataba de salir de su estacionamiento pero una gruesa capa helada bajo el manto de nieve hacía que los neumáticos perdieran su agarre. 

Mandó un whatsapp : "No sé cuando podré salir, no me esperéis, llegaré con la reunión comenzada"

Continuaba luchando contra los elementos cuando un pitido hizo que buscara en su bolso. El aviso de mensaje parpadeaba. Desbloqueó su smartphone con los dedos entumecidos por el frío y leyó : " Te paso a buscar, estoy de camino"

Su salvación, su compañero había conseguido ponerse en marcha y pasaría a recogerla.

Llegaron tensos, la nieve caía en forma de suaves y silenciosos copos haciendo difícil la visibilidad. El hielo hacía que cada frenada pareciera el inicio de un precipitado final. 

Entraron y saludaron, no habían sido los últimos, todavía estaban a medio aforo. Mientras daban tiempo a que otros llegaran charlaron y se prepararon un humeante café.

Poco a poco, fueron llegando los demás. Los smartphones eran los más estresados entre pitido y pitido de avisos y llamadas de socorro.

Cuando creyeron conveniente, comenzó la asamblea. 

Ella, no sabía muy bien de que clase de reunión se trataba. Fue, precisamente su rescatador, quien la había invitado. 

Comenzaron con una oración y agradecieron haber llegado sanos y salvos pese a la adversidad.

Ella, sentada junto a su compañero quiso preguntar, pero este, poniendo su dedo sobre los labios, le hizo saber que no podía hablar.

Transcurría el tiempo y cada vez se sentía más perdida, incluso incómoda. Sospechó desde un inicio que aquello era una encerrona, y llegado un punto, se convenció de ello.

Sin saber como, se vio en una situación que se le antojó "kafkiana". Dispuestos en un círculo, cada uno, por turnos, iba confesando sus pecados. Los demás, le perdonaban. Cuando llegó su momento, se hizo el silencio, todos la observaban espectantes. Ella, miró al embaucador que le había llevado hasta aquel lugar, él le devolvió la mirada, condescendiente. Fue entonces cuando despertó del trance, se giró sobre sus talones, y sin decir nada, cogió su bolso y su abrigo, se enfundó el gorro hasta las cejas, abrió la puerta y se marchó.

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