HIELO

Ana Ruiz de Eguilaz, Iceberg, relatos, cuentos, escritora


Antes de que declararan como refugio natural de la diversidad esa zona , un pequeño grupo viajó a ella como turistas. Tuvieron el gran honor de ser los últimos. Nadie más volvería en mucho tiempo, salvo, tal vez, los equipos de investigación y seguimiento.

Previa a la salida de los refugios para realizar las excursiones, debían realizar todo un ritual para abrigarse a conciencia. Ropas térmicas, monos, guantes, gorros y sobre estos, las capuchas de sus anoraks.

Fue en una de estas incursiones en que descubrió lo que le pareció una guía bajo la primera capa helada del suelo.

Montaron en las moto-nieves y se pusieron en marcha, el silencio sepulcral solo se interrumpía por el sonido de las cadenas contra el hielo y de los motores rugiendo a toda revolución.

Seguía al grupo, estaba en la zaga esta vez, para comprobar que nadie se quedaba atrás. Sin embargo aquella línea bajo el hielo le tenía obsesionada. No podía dejar de pensar en ella.

Cuando hicieron un pequeño descanso para tomar un té caliente y algunos frutos secos, hizo una seña a su compañero y arrancó la moto.

Se alejó en busca de aquella guía roja, quería comprobar si de verdad llevaba a algún lugar o  solo significaba algún capricho del hielo que, tal vez, había atrapado algo formando aquella hilera que se perdía al alcance de la vista. 

No se percató del tiempo que llevaba tras ella.  Llegó a la altura de unas balizas, que un equipo de científicos había "sembrado" para recogida de datos meteorológicos a las faldas de un  gran muro de hielo que se extendía de un lado a otro del horizonte. La línea que había seguido como orientación, realizaba un caprichoso giro. Decidió que como había llegado hasta allí, debía continuar, aunque aquellas altas y heladas paredes blancas se le antojaran infranqueables. Circulando en paralelo al glaciar comprobó el nivel de combustible. Le quedaba el suficiente para regresar al grupo, así que dispuso que allí acabaría su aventura.

Hizo una maniobra para cambiar de dirección cuando algo en el hielo llamó su atención. Quitó el contacto y se acercó andando.

Descubrió un corte. Un corte perfecto en la pared. Un cuadrado perfecto en el hielo. 

Lo tocó, sin saber por qué, y el bloque cedió desplazándose hacia el interior. Como si de una puerta se tratase, desapareció dando lugar a un corredor. 

Se asomó. No parecía tener fin, y sin embargo, había claridad. La luz solar  se filtraba desde lo alto a través del hielo. Sintió curiosidad, verificó la solidez  del suelo, llenó sus pulmones con el gélido aire, venció el temor que sentía y penetró. 

Todo recelo se desvaneció una vez estuvo en su interior. A medida que avanzaba una agradable y cálida sensación se iba apoderando de ella.

A cada paso se repetía: "este es el último, tengo que volver", pero se sorprendía empujándose a dar otro más hacia las entrañas de aquel lugar.

El equipo guió al grupo de turistas. No podían esperar más tiempo. Zoilo decidió no darles explicación de por qué su compañera no había regresado.

Cuando llegaron a los refugios, entró en la base y trató de contactar con ella. Allí los móviles no funcionaban y se comunicaban como antaño, con emisoras de radiofrecuencia. Había tratado de hablar con ella mientras dirigía al grupo, pero no había obtenido respuesta.

Se organizó una búsqueda durante una semana. Los drones despegaban, sin embargo, debido al frío, sus baterías se descargaban antes de los estipulado reduciendo su autonomía. Tras quince días, se encontró su moto completamente cubierta de escarcha.

De ella, ni rastro. Se habían borrado las huellas. Un muro infranqueable de hielo se perdía en la distancia.


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