CON LAS MANOS VACIAS

Habían calculado todos los movimientos. Lo tenían ensayado, como si del estreno de una gran obra de teatro se tratara. Entrarían con el primer empleado, el que llegaba antes de la hora de apertura. Lo cogerían por sorpresa tras abrir las puertas, le obligarían a abrir la caja mientras dejaban entrar a los demás compañeros y se marcharían con el botín.

Eran la hora y el día. Apostados frente al banco en dos coches que usarían para huir esperaban el momento. La llegada del empleado que abriría ese día la sucursal. Se conocían los turnos, los habían estudiado y repasado durante meses.

Leandro llegó como siempre que le tocaba abrir, quince minutos antes. Accionó el mando, la persiana comenzó a subir. Abrió la puerta e introdujo la  clave de las alarmas. 

En ese momento alguien empujó la puerta, se giró para informar de que no estaba abierto e inmediatamente se percató de la situación. Dos individuos encapuchados le apuntaban con dos armas. Se imaginó que le llevarían hacia la caja de seguridad. Así fue. Casi sin mediar palabra, le empujaron hasta la caja fuerte. Trató de explicarles que la apertura era retardada pero no le dejaron. Ya conocían el sistema, tan bien lo conocían que le advirtieron de que no hiciera ninguna tontería a la hora de abrirla. Él, obedeció. 

Durante la espera fueron llegando sus compañeros. Les podía oír fuera del búnker comentar el partido del día anterior. Los dos atracadores permanecían con él, aparentemente sin importarles la presencia de los otros empleados. 

De pronto un grito, reconoció la voz de Alba, una de las cajeras. Otros dos encapuchados entraron tras ella. El alboroto, las risas y los comentarios del partido cesaron. 

Por fin la caja se abrió. 

Leandro hizo ademán de adentrarse en ella, pero un tirón  de su chaqueta le hizo retroceder. 

Uno de los atracadores entró. Desde dentro su voz sonó a derrota. 
- ¡Vamos!, ¡vámonos ya!.... ¡venga!- gritó a su compinche.
Ambos salieron corriendo mientras alertaban a los otros dos para que hicieran lo mismo. 

El rugido de dos motores revolucionados y olor a neumáticos quemados contra el asfalto.

Leandro no comprendía nada, sus compañeros estaban en estado de shock. Por fin reaccionó  y se asomó tímidamente al interior de la cámara. Comenzó a reír, sus carcajadas se podían oír desde fuera. 

Apareció frente a sus colegas con el rostro enrojecido ,pero no de rabia, los ojos cubiertos de lágrimas,  pero no de tristeza. Su sonrisa sorprendió a todos. 

Alguien se había adelantado esa noche.  Lo único que quedaba en la caja fuerte era un boquete no demasiado grande, pero lo suficiente para permitir el paso  arrastras de una persona. Las obras en la calle para la instalación de fibra pudieron disimular el sonido de la perforación.

Habían atracado un banco que acababa de ser robado.




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