LUZ

En el vestíbulo, frente a la puerta, un espejo un tanto caprichoso, con dos contraventanas que lo abrían y cerraban. 

Todas las noches, como atendiendo a una ancestral creencia, recordaba cerrar ambas portezuelas. El cristal y su reflejo desaparecían tras ellas dando la apariencia de una ventana más de la casa. Por la mañana al levantarse las abría dejando que la luz se reflejara en él dando amplitud a la estancia.

Aquella mañana encontró las dos contraventanas abiertas. Pensó que había olvidado cerrarlas la noche anterior. Esa noche no lo olvidaría, no le gustaba irse a dormir dejando abierta a lo desconocido lo que ella consideraba una puerta. Antes de acostarse cerró las dos portezuelas. 

Por la mañana aparecieron abiertas. 

Estaba segura de haberlas atrancado bien la noche anterior. Hoy había decidido asegurarlas, así lo hizo y marchó a dormir.

Al despertar fue su primer pensamiento. Saltó de la cama y se dirigió al vestíbulo. 

Para su sorpresa, la falsa ventana que en realidad asomaba a un espejo permanecía abierta.

Lo cerró, lo descolgó y lo puso en el suelo apoyando las contraventanas en la pared.

Esa noche, alguien no pudo dormir. Estaba harta de abrir el espejo todas las noches, pero aquel día algo pasó. No pudo abrirlo. Sencillamente algo bloqueaba las portezuelas. 

Por la mañana temprano despertó y provista de las herramientas, desmontó las portezuelas. Ya no tendría que abrirlas.

Volvió del trabajo y observó el espejo en el suelo, apoyado en la pared. Algo llamó su atención y lo separó ligeramente. Ambas contraventanas cayeron al suelo como si algo o alguien las hubiera desprovisto de sus bisagras. 

Giró entonces el marco, poniéndose frente al cristal. No entendía como se habían desmontado las puertas y decidió colgarlo de nuevo. Lo taparía con una tela. 

Esa noche un ruido la despertó. Un fuerte golpe que procedía del interior de la casa. Asustada encendió todas las luces hasta llegar al hall. Allí estaba la causa. De algún modo el espejo se había roto, en el suelo, la tela con que lo cubrió y sobre ella trozos de cristal reflejando las luces del techo. Se acercó. Su imagen la observaba desde cada uno de aquellos pedazos brillantes, se fijó en la expresión de sorpresa en algunos y de rabia en otros. No habría sabido distinguir quien era ella, y quien la que harta, había hecho añicos aquel trozo de cristal. 

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