GLOCK

Recuerdo que conducía, sonó el móvil. Como había olvidado conectarlo al sistema de manos libres no lo descolgué. Paré en cuanto fue posible y consulté la pantalla. Dos llamadas perdidas del mismo número. No lo tenía registrado entre mis contactos. Aun temiendo que fuera una llamada para venderme algo, marqué el número.

Resultó ser el teléfono de una comisaría. Alguien había denunciado la desaparición de una tía lejana con la que apenas mantenía contacto muy de vez en cuando. Pese a ello, mi familia  delegó en mí.


Tuve que arreglar todo para el traslado, tenía disponibles un par de días y los tomé. Calculé entre cinco y seis horas de viaje, decidí dormir durante esa tarde y salir al anochecer. Transcurrió el viaje sin más, entre soporíferos programas de radio y el rumor del aire acondicionado que evitó que me durmiera.

No recordaba con exactitud la dirección que tenía que tomar para llegar a la casa, no obstante, como estaba agotada me dirigí al hotel donde cama y ducha me esperaban.

Flotaba en los ilusorios mundos de Maia, cuando un incesante y repetitivo sonido me trajo de vuelta. Tardé unos segundos en identificar la fuente. El móvil vibraba sobre el escritorio donde, vencida por el cansancio, lo había abandonado antes de acostarme.

Descolgué. Esta vez tenía registrado el número. Llamaban de la comisaría para citarme. Me desperecé, una rápida ducha y, de camino, un café.

Ya me esperaba. Se presentó como inspector. De entre toda mi familia, solo yo tenía copia de las llaves. No puedo negar, que no me intrigara el que no hubieran forzado ya la entrada para asegurarse de que no estuviera enferma, o tal vez, herida y tendida en el suelo.

En un coche camuflado nos dirigimos hacia la casa. Para mi asombro, pues siempre que acudía de visita prefería usar el timbre, no tardé en localizar la llave. Al abrir percibimos que la luz del vestíbulo permanecía encendida. No daba buena impresión.

Nos adentramos, mientras, yo a voces exclamaba su nombre. Nada, no estaba. Bajo la escalera una puerta, en la que no me había fijado nunca, estaba entreabierta, y por ella asomaba una tenue luz dorada.  Me disponía a abrirla cuando el inspector me hizo a un lado con su brazo. Desenfundando su arma con sigilo abrió la puerta y se asomó. No dijo nada, aunque tampoco hizo falta pues lo adiviné en su cara. Algo vio allí que lo mantuvo paralizado. Dando un respingo entró. Me debatía entre la curiosidad y el miedo. Creo que provocado por la mirada del inspector al asomarse por primera vez al interior de aquella misteriosa "estancia".

Sí, he escrito "estancia". Y tú que estás siguiendo estas letras te harás, posiblemente, la misma pregunta que me hice yo. ¿Cabe bajo el hueco de una escalera toda una estancia?  Sí. Y si continúas leyendo entenderás el por qué de tal definición.

Vencí el miedo y de manera muy prudente, asomé mi cara. Una luz intensa, dorada, pero que no cegaba iluminaba una sala tan grande como toda la planta de la casa. Por un momento creí que mis ojos me engañaban , quizá afectados por el resplandor dorado. Observé al inspector, había guardado el arma y eso me tranquilizó lo suficiente como para dar el siguiente paso. Me interné en el áureo brillo, al encuentro del policía que observaba algo que todavía yo no veía. Llegué a su altura y le sorprendí embelesado frente a un espejo. El marco, de oro, muy trabajado, la luna, de plata pulida. Era este objeto el que emanaba todos los rayos dorados que inundaban la sala. Me percaté de que no había notado mi presencia y le llamé. Como quien despierta de un trance, agitó la cabeza y observó admirado a su alrededor. Después, fijó en mi sus ojos con una mirada de reproche, como si le hubiera interrumpido en algo muy importante y dijo que allí no estaba. Debíamos irnos. Apagamos las luces, cerramos la puerta y regresamos a sus dependencias.

Cuando me pidió que le entregara la llave, por si fuera necesaria otra inspección, no me extrañé. La busqué entre el manojo en que todas parecían iguales, y una vez hallada se la entregué.

Regresé al hotel para tomar el almuerzo. Me marchaba esa noche y no tenía intención de complicarme para ir a comer. Después, llamé a comisaría. Quería saber si necesitaban más de mí antes de mi partida. Una voz femenina me informó de que el inspector había salido al irme yo y no había regresado. Me encogí de hombros y le pedí que le dejara recado de que  me iría por la noche.

No recuerdo estrictamente si fue en la cena o si ya había acabado. Sí sé que fue en el restaurante, sentada a la mesa cuando el móvil tembló. Observé la pantalla. Comisaría. Pensé que el inspector había recibido la nota  y querría despedirse y saber de mi disponibilidad futura. Fue la misma voz femenina que me respondiera después de la comida. El inspector no había vuelto y no habían tenido noticias de él. Lo último que se sabía es que cogió la llave que le entregué y diciendo "ahora regreso", mientras se enfundaba en un abrigo, abrió la puerta y desapareció.

Maldije a aquel hombre, y a toda la comisaría, cuando colgué. ¿Acaso no tenían manera de encontrar a su compañero?. Programé el GPS de mi teléfono, corrí hacia el coche con mi maleta de mano y me dije mientras insertaba la llave en el contacto : " echa un vistazo en la casa y si no está, es asunto de ellos".

Llegué a la casa, las luces del alumbrado urbano ya habían prendido. Paré frente al solitario edificio y volví a maldecir. Sus ventanas resplandecían. Estaba muy claro, el inspector estaba allí. Paré el motor y quité el contacto. Recorrí el pequeño camino empedrado que conducía hasta la entrada desde una valla descolorida por el sol. Mientras caminaba vi que la puerta no estaba cerrada. La empujé y pasé al interior. De inmediato adiviné donde se encontraba. De la puerta bajo la escalera volvía a surgir aquella luz dorada. Entré, esta vez sin reparo, para descubrir como una resplandeciente aura que procedía del espejo rodeaba al inspector, que parecía estar en éxtasis. Apreté el paso para ponerme a su lado y preguntarle sobre su obsesión por aquel objeto, cuando giró su rostro posando su mirada en mí con la misma expresión de reproche que me lanzara esa misma mañana. Me paralicé frente a él, de pronto, sus ojos se quedaron en blanco y, como un muñeco de trapo, se desvaneció sobre el suelo.

Comprobé su pulso, era lento y superficial, pero lo tenía. Busqué mi teléfono y recordé que lo había olvidado en el coche. Salí sin pensar, rápidamente, y mientras alcanzaba el vehículo buscaba la llave. Arranqué el móvil del cable y regresé a la casa. Traspasé el umbral de aquella misteriosa puerta que daba acceso a la extraña estancia y corrí rodeada del brillo áureo.

Solo encontré su arma, estaba en su funda, en el mismo lugar donde esperaba que continuase tendido el inspector. Le llamé varias veces. Nada. Después me giré y sin querer, vi mi reflejo en la superficie plateada.

Asombrada, anonadada, ensimismada... Observé fijamente la imagen que el espejo me devolvía. Moví mis manos. Gesticulé con el cuerpo. Quería cerciorarme de que aquella mujer que estaba viendo era yo.

Una versión de mí, más joven, alta, delgada, cuya sonrisa dejaba a la vista una hilera blanca de dientes perfectamente alineados. Una versión mejorada

Durante un segundo comprendí al inspector. Su fijación por aquel objeto que tenía delante. Pensé en girarme, en apartar la vista y dejar de embelesarme con aquella imagen cuando algo en mi interior resonó : "sigue mirando".

Continué. El espejo pareció licuarse por un instante, para después ir formando otras imágenes. Imágenes sobre mi vida, sobre los cambios que se hubieran producido de no haber tomado algunas decisiones, o de haber tomado otras. Todo lo que se proyectaba sobre aquella luna de plata era una versión mejorada. De mí, de mi vida, de mis amigos, de mi familia. Otra vez la sensación líquida sobre el cristal para dejar asomar un rostro. Una mujer joven, sonriente, ataviada con un vestido beige largo y una diadema de flores, me devolvía la mirada. Pese a que estaba muy cambiada, no tuve problema en reconocerla. Allí estaba, más joven, esbelta, feliz y vestida de novia. Me hizo gestos con sus manos como para atraerme. me acerqué más : "¿Tía?". mis pies golpearon con el marco de oro y por un breve instante recobré la consciencia. De inmediato la imagen se desvaneció. Levanté la vista y vi mi reflejo, tal y como la recordaba en realidad.

Noté que sostenía algo en mi mano derecha, la elevé. Mi móvil. Recordé que había llegado siguiendo los pasos del inspector. Vi su arma enfundada sobre el suelo y marqué el número.

No pude irme aquella noche, tuve que esperar a la llegada de las patrullas. Presté declaración in situ y en comisaría.

Tras aquella pequeña puerta, bajo la escalera, solo se escondía una diminuta despensa en la que alguien algún día encerró un espejo con marco dorado. Junto a él, en el suelo, una vieja arma oxidada que probablemente no funcionara.

Obviamente, no conté nada. Solo había ido a echar un vistazo. Vi luz y la puerta abierta, entré y como no encontré allí a nadie, les llamé. Confundí aquel viejo revólver con la Glock del inspector, a fin de cuentas, nada sé yo de armas, y pensando que le había pasado algo, les llamé.

Es hoy, por primera vez, pasado ya mucho tiempo, que escribo mi recuerdo de lo que aquel día aconteció. Nunca encontraron a mi tía, ni viva ni muerta. Y me enteré de que lo mismo sucedió con el inspector.

La casa permanece esperando, en silencio durante el día y quejumbrosa por la noche. Como todas las casas de su edad. Afectadas en su alma por el transcurso de los años y de sus estaciones.


Glock, relato, Ana Ruiz de Eguilaz
Fuente imagen : Wikimedia Commons





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