MAYA

Aquella hubiera sido una jornada como otra cualquiera, sin embargo, llevaba todo el día con una extraña sensación. Fue por la noche, cenando frente al televisor la vi reflejada en el cristal del botellero dispuesto junto al mueble del salón. Ya nos conocíamos, no era la primera vez que nos encontrábamos. Tomé un bocado lentamente, un sorbo de agua para aclarar la voz y le saludé : 

- ¡ Hola Mara! 

No respondió, como de costumbre. Aún le sorprendía que no me sobrecogiera su presencia. Esperé su frío tacto, sobre mi cuello, su gélido aliento tomando el mío, cálido, humano. No sucedió. La busqué sin éxito. Me desconcertó, ¿para que se habría presentado sino para requerirme? 

No convencida de su marcha me acosté rogándole que no se presentara en medio de la noche llevándome a traición sin ser yo consciente. Y en estos pensamientos estaba cuando me sorprendió un profundo sueño.

Y como siempre sucede cuando nos sumergimos en los mundos oníricos, de súbito, me encontré en la ilusión que quiso mi mente construir.

El suelo, si bien me mantenía sobre él, no era rígido, daba la sensación de pisar una suave nube de azúcar. El aire, ni frío ni cálido, tal vez menos denso de lo acostumbrado, permitía su entrada y salida en mi cuerpo con menos esfuerzo. La luz, quizás fue lo único familiar. 

Fue el sonido lo que más me fascinó. Todo, absolutamente todo emitía una nota. El suelo, el aire, las nubes... hasta la luz podía ser escuchada, podía oír su murmullo, uno diferente para cada color, que se mezclaba con el de los objetos. Y aún me sorprendí más al escuchar mi propio eco. ¡Yo era música!, sí...¡podía oír mi propia melodía, mis notas!

Hubiera podido permanecer en este estado por siempre, maravillándome con aquella sinfonía, cuya armonía no imaginé jamás, y , sin embargo, allí la tenía, creada por mi imaginación, ¿o tal vez no?

Sentí su heladora presencia, un escalofrío recorrió mi espina dorsal erizando el vello. Lo había hecho, había aparecido en mi sueño tal y como le había pedido que no hiciera. Quise ignorarla, hacer ver que no la había percibido.

Pero a Mara... a Mara no se la puede ignorar.

Me giré para buscarla con la mirada y entonces me di cuenta, Mara no sonaba. Era mi sueño, se había infiltrado en él sin avisar, y para más inri, no me dejaba escuchar su música. Así es Mara.

No pronunció mi nombre, como hubiera sido lo habitual. Para mi asombro, me dijo que le tenía que ayudar. Alguien había robado una burbuja y debíamos encontrarla. "¿Una burbuja?", le pregunté. Mara contó que sin ella faltaba una nota. Los sonidos de todo lo que allí existía estarían incompletos. Las sinfonías habían cambiado y al hacerlo, todo estaba variando. Ni objetos, ni seres vivos reconocían su  música. Los primeros se rompían o cambiaban su función. Los segundos mutaban o morían.

Pregunté como reconocer la burbuja, quise saber donde residía y quien la habría querido robar, pues al hacerlo, su música también cambiaría. Mara dijo que habían visto a una conocida ladrona por la región, que hace tiempo fue desterrada y nadie había vuelto a ver. Su nombre, Maya.

"¿Por qué regresar para robar aquello?, ¿ a donde le llevó su destierro?, ¿cual fue su destino?". Mara dudó las respuestas y pensé que a mal lugar debió de ir para que Ella lo temiera.

Fuimos juntas hasta la lúgubre ciénaga, hogar de Maya desde la noche de los tiempos, pues, ¿quien es capaz en un sueño de medir la duración de la existencia? 

Nos internamos por el único sendero húmedo y pestilente que existía, sumergido en una eterna penumbra en la que noche y día se fundían. Desembocamos en un claro despojado de maleza. En el centro, una lujosa casa que me pareció no casaba con el lugar. Mara se dirigió decidida hacia ella. Su sonido, diferente al de aquel fantasmal paraje, era por el contrario muy agradable, hipnótico. Y así, embriagada por la música, seguí los pasos de Mara, ansiosa por penetrar en la mansión de brillante y luminosa piedra blanca.

Al llegar observé que sus paredes no solo emitían la más bella melodía que jamás había escuchado. Irradiaban una luz multicolor de tonos que nunca mis ojos habían visto, que a su vez sonaban con notas jamás escuchadas por mis oídos. Estaba cautivada, absolutamente seducida por aquel despliegue para mis sentidos. Era tal el hechizo al que me vi sometida que olvidé por completo el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Solo quería mirar, ver todos aquellos colores, escuchar sus sonidos, y oír los acordes de aquel edificio. Todos, en armonía, como una pieza ejecutada por una orquesta que deleita de tal manera que  hace desear que continúe in crescendo hasta el éxtasis.

Fue Mara, quien a su modo me sacó de aquel trance. A su fría manera tomó mi mano y se hizo el silencio, la ilusoria luz se atenuó y regresé a la penunbra, al cenagoso hedor, y recobré la memoria. La observé, transportaba algo envuelto en una red confeccionada con oro y plata que me recordó una tela de araña. Lo alzó ante mi rostro y pude ver su interior. La burbuja estaba atrapada.

El regreso fue por el mismo sendero. Escuchamos la desafinada música del lugar. A medida que nos alejábamos tuve la extraña sensación de que tras nuestros pasos moría la poca armonía que tuviera aquel lugar, arrancábamos los colores que la penumbra podía respetar dejando un paraje más espantoso y aterrador que el que nos recibió.

Y así, retornamos para devolver la frágil burbuja a su hogar.

Miraba fijamente al techo. Un haz de luz de luna muy blanca se filtraba por las cortinas. Pensaba en Maya, condenada a vivir en aquel bosque echado a perder. Un lugar que otro tiempo fuera un vergel con toda seguridad. Me preguntaba si habría encontrado el fin por sí mismo o si Maya le habría robado la esencia vital. Daba igual. Todo había sido un sueño. ¿O quizás Mara esta vez me había llevado a un mundo nuevo? 

Un suspiro de aliento, liviano y frío. 

Un escalofrío y en la ventana un pequeño destello.

A lo lejos, una candorosa música.

Cierro los ojos, y me sumerjo en un sueño sin sueños.

¡Amanecerá!.







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