LA BRECHA

Era su primer día de vacaciones, no deshizo el equipaje. Dejó las maletas frente a la cama de su habitación, se dio una ducha y abandonó el apartamento.

Había llegado la primera, sus dos primas se reunirían con ella al día siguiente.

Comenzó a pasear por la playa, admirando el paisaje. Cuando llegó a una formación rocosa se detuvo ensimismada. Pensó que no había visto nada igual. desde lo alto de las rocas, una gran masa de agua se precipitaba directamente al océano formando una espectacular cascada.

Continuó su paseo por las rocas, con cuidado de no resbalar, el sol estaba en lo alto y la temperatura había ascendido considerablemente desde que comenzó su caminata, lo que le hizo pensar en la fuente de agua dulce cayendo desde lo alto.

La sed le pudo y decidió volver, no había almorzado y también sentía hambre. Fue entonces cuando dio un traspiés y resbaló cayendo por la ladera.

Cuando recobró el sentido no supo donde estaba, oía voces que hablaban en inglés, con algunas expresiones en desuso. Se incorporó y fue entonces cuando sintió una mano en su espalda ayudándole a levantarse.

Giró la vista sobresaltada y vio a un hombre con cabello desordenado y barba larga y blanca. Le sonreía y tenía aspecto de querer ayudar.

Ella preguntó donde estaba, y él, sin perder la sonrisa, le señaló la cabeza. Le explicó que la habían encontrado desmayada con una brecha en la frente. La recogieron para curarla y la llevaron a su comunidad.

Se tocó la frente y notó un vendaje muy liviano. Dedujo que la herida no era de gravedad. Se puso en pie con ayuda de aquel hombre, un poco mareada.

El desconocido, que no dejó de sonreír, le invitó a seguirle.

Estaban a la entrada de una cueva, oía la caída del agua, y recordó la cascada.

El hombre se adentró en la gruta y encendió una linterna que a ella le pareció de aceite. Le siguió esperando que aquello no fuera una trampa, que aquel hombre de aparente aspecto amigable no albergara aviesas intenciones. 

Antorchas colgaban de las paredes y eran la única fuente luminosa del vientre de la montaña.

Cuando sus ojos se acomodaron a la penumbra, observó a más gente. Se percató entonces de sus vestiduras, parecían de principios de siglo. De principios del siglo XX. Abrigos, botas, pantalones y guerreras abrigaban a la mayoría, otros vestían pantalones y suéters de lana. Le extraño la carencia de mujeres y preguntó al desconocido que la había conducido hasta allí por las féminas. El hombre le sonrió y de nuevo en inglés le dijo que las había, que no eran muchas, y que en breve se las presentaría.

Así fue, cinco mujeres de diferentes edades aparecieron con recipientes llenos de pescado cocinado. Le hicieron entrega de ellos y le instaron a comer. La más joven le ofreció un vaso metálico, bastante abollado y algo oxidado, con agua.

Estaba hambrienta y todavía más, sedienta. No lo pensó. Se sentó en el duro y frío suelo y bebió la dulce y fría agua y comió con las manos el pescado.

Todos le observaban mientras se alimentaba, unos sonrientes, otros con mirada nostálgica.

Preguntó a la muchacha que le dio el agua si ellos no comían.

La chica, miró tímidamente a los demás, bajó la vista y se retiró sin decir nada.

Ya con el estómago lleno y menos mareada, pensó en que era extraño que aquellas gentes, como salidas de una novela, vivieran en una cueva. Más raro que no hablaran, e inverosímil, que no hubieran probado bocado.

Se giró buscando a su primer interlocutor y le espetó :

- ¿Quienes sois?, ¿Por qué vivís aquí?, ¿Cuanto tiempo he estado inconsciente?

Las miradas del grupo se fijaron al unísono en el hombre de pelo desordenado y larga barba blanca. Miradas entre curiosas y temerosas de la respuesta.

Tras un breve silencio, que a ella le supuso una vida, él comenzó :

- Somos los últimos supervivientes. Sí, vivimos aquí, escondidos de la guerra. Llevas varios días durmiendo.

No entendió nada. ¿Supervivientes, de qué ?, ¿guerra, qué guerra?. Y exactamente ¿cuantos días habían transcurrido desde que resbaló en las rocas?

Recordó a sus primas. Estarían preocupadas y tratando de localizarla. También recordó que portaba una mochila en el momento del accidente, pero allí no estaba. 

- Debo marcharme. Mi familia habrá llegado a la isla y me estarán buscando.

El hombre la miró fijamente, esta vez sin sonrisa en sus labios. Le dijo que no podía irse, que salir de allí era muy peligroso. Que si la capturaban, les encontrarían a todos. Nadie que entrara podía salir. Debía permanecer allí hasta el final de los combates.

No comprendía lo que estaba sucediendo. Interpretó aquellas palabras como las de un secuestro.

Al anochecer, robaría una de las linternas de aceite y huiría de allí. En todo caso, sabía que la estarían buscando y solo necesitaba llegar a las rocas.

Se hizo la dormida. Esperó para asegurarse de que todos descansaban. De que nadie hacía guardia.

Lentamente, para no despertar a nadie, cogió sus deportivas y avanzó descalza. Alcanzó una de las linternas y como hacía frío, una de las roídas chaquetas de entre el montón apilado junto a una pared.

Caminó por la fría y húmeda roca casi a tientas hasta que divisó la salida de la cueva.

Salió y todavía sin atreverse a respirar se calzó. Encendió la linterna y comenzó a descender por el pétreo sendero sin rumbo fijo.

Cuando se hubo alejado lo que consideró como suficiente aceleró la marcha.

El mar golpeaba el acantilado y la espuma le salpicaba. Sintió un alivio al pensar que se encontraba cerca de la playa.

Las rocas cada vez estaban más resbaladizas debido al ir y venir del oleaje.

Un traspiés y resbaló.

Cuando recobró el sentido y abrió los ojos una luz, muy intensa le cegó. Sintió una mano en su muñeca y una voz familiar que le decía que descansara.

Poco a poco fue adaptando su vista a aquella luz. Sus primas la observaban entre alegres y preocupadas.

- ¿Donde estoy?
- En el hospital. Ayer unos excursionistas te encontraron con un fuerte golpe en la frente e inconsciente en las rocas, cerca de la cascada. Dijeron que pese a estar desmayada balbuceabas algo en inglés que no lograron entender.


Ella cayó, recordó la cueva, a aquellas gentes que no querían dejarla marchar. Se sintió aliviada, todo había sido un sueño, o tal vez, una alucinación debida al golpe en la cabeza.

- No te preocupes - le dijo una de sus primas- Te han hecho pruebas y todo está bien. Solo una brecha en la frente.

Después, ambas primas se miraron y sonrieron. Una de ellas se le acercó con un objeto en la mano. No tardó en identificarlo.

- ¡ Mira que llevarte este viejo farol para tu excursión!







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