PROFUNDIDADES

Habían madrugado. Se dirigían hacia el embarcadero, tenían que cargar las botellas y el resto del equipo de buceo. El sol asomaba sobre la línea que separaba el cielo del mar. Pensó que era todo un espectáculo.

Estaban a bordo y se dirigían mar adentro. Fue una suerte que pudieran coincidir aquella semana para practicar su afición todos juntos.

La pequeña embarcación se detuvo y el capitán fondeó el barco. 

Se equiparon y uno a uno se dejaron caer al agua.

Descendían en grupo, nadie podía permanecer solitario y cada poco se aseguraban de estar todos.

Continuaban en descenso cuando uno de ellos hizo señas al resto. Había divisado algo que parecía interesante. Se agruparon para aproximarse juntos.

Ante ellos, tras una cortina de burbujas apareció.

Asombrados, continuaron descendiendo hasta llegar a lo que se les antojó como una pequeña ciudad sumergida. 

Murallas que ahora eran sostén de corales, edificios recubiertos de esponjas y actinias, lo que otra vez pudieran ser calles, alfombradas con todo tipo de plantas y algas de diferentes tonalidades.

Se adentraron en la fantasmagórica urbe sumergida, no obstante, rebosante de vida marina. Refugio de rayas, de caracolas y de peces multicolores.

Nadaron entre sus calles, atravesaron edificios e investigaron sus interiores.

El guía del grupo leyó en su consola el manómetro y la profundidad. Debían ascender lentamente. 

Hizo una seña al resto y todos comprendieron al instante. Estaban reagrupándose para el regreso cuando algo llamó su atención.

Bajo ellos, procedente de la ciudad descubierta, algo iluminó el espacio.

De los edificios brotaron luces, poco a poco, todos fueron iluminándose. 

El grupo quedó suspendido, asombrado, intentando comprender como era posible aquello.

Tras otra cortina burbujeante pudieron distinguir cómo unas figuras antropomórficas provistas de unos trajes de buceo desconocidos para ellos con  aletas en manos y pies ascendían a su encuentro.

Sus escafandras, completamente transparentes y más parecidas a las de un traje espacial, dejaban ver a sus ocupantes. Unos seres cuyos ojos poseían iris de colores indescriptibles, pero extrañamente bellos, les observaban con serena mirada.

La piel de sus rostros, si bien desprovista de escamas, irradiaba un brillo propio del nácar.

Sus minúsculas narices casi estaban conformadas por dos pequeños orificios en el centro de sus caras.

Todos, absolutamente todos, carecían de cabello. La constitución de sus cráneos era proporcionada, casi perfecta.

Llegaron en grupos de dos, se dispusieron al lado de cada uno de ellos y, asiéndolos suavemente de los brazos los hicieron descender de nuevo hasta la ciudad.

Cuando hicieron pie sobre las calles alfombradas de algas y pequeñas plantas una cúpula surgió sobre ellos. Una cúpula transparente que abarcaba absolutamente la extensión de la ciudad.

Entonces, como si de un dique se tratara, el agua del interior fue evacuada a una gran velocidad.

Sus "captores" se deshicieron de las escafandras, invitándoles a hacer lo propio con sus máscaras y reguladores.

Ellos se miraron, desconfiando, paralizados en parte por el asombro, en parte por un comprensible miedo.

Fue el más joven el que tomó la iniciativa. Retiró su regulador y levantó las gafas que ya no le protegían de la salinidad del agua.

Aún sin atreverse a tomar aire, mientras su grupo lo observaba asustado, tomó una bocanada creyendo que pudiera ser su final.

Ante su propio asombro y el del resto, lanzó una carcajada y les gritó que podía respirar.

Las noticias anunciaron lo que nadie quería escuchar. Los servicios de rescate marítimo abandonaban la búsqueda. Hacía más de un mes de su desaparición.

El capitán había tenido que prestar declaración, pese a que fue quien denunció que ninguno del grupo regresó a su embarcación. 














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