LA TRAMPILLA

Toda su vida estaba dentro de cajas que se amontonaban en el salón y en una de las estancias que convertiría en un acogedor despacho.

Se había independizado y comenzaba una nueva vida.


Dio un vistazo a la casa y en el techo del pasillo observó una trampilla que no había visto ninguna de las dos veces que fue a verla antes de decidirse a comprarla.

Buscó algo con que tirar de la anilla y cuando lo hizo, ante sus ojos descendió una escalerilla escamoteable.

Buscó entre las cajas algo para alumbrarse. Sabía que tenía una linterna.

Encendió y la lámpara tintineó, no le quedaba demasiada batería, no obstante, subió.

Al llegar a lo alto asomó la cabeza y giró sobre sí para hacerse idea de lo que había en aquel desván.

Telarañas y lo que parecían libros cubiertos de una gruesa capa de polvo. Hacía tiempo que nadie subía allí por el aspecto que presentaban.

Ascendió los últimos peldaños y se introdujo en la buhardilla. Se acercó a una de las pilas de libros y sopló, el polvo se esparció formando una nube que le hizo estornudar. Cogió uno de los tomos y notó que estaba cuidadosamente encuadernado, con pastas y lomo de piel marrón, ahora un tanto cuarteadas, y adornos con filigranas doradas.

En la portada, nada. Nada que indicara el contenido. 

Lo abrió al azar con cuidado de no estropearlo y observó que se trataba de un manuscrito, tal vez realizado con estilográfica, la letra estaba cuidada. La lengua le pareció latín tardío pero no podría haberlo asegurado.

Comenzó a leer, con gran esfuerzo interpretaba levemente las frases. Pensó que introducir todo aquel texto en su portátil para utilizar un traductor sería una pérdida de tiempo y depositó el volumen en el mismo lugar del que lo había tomado.

Se dirigió hacia otro de los montones, repitió el soplido, pero esta vez tuvo la precaución de no respirar la nube de polvo levantada.

Cogió otro de los tomos y de igual manera lo abrió al azar. Ante sus ojos unos signos que parecían hebreo se agrupaban formando palabras, y estas formando frases.

Se encogió de hombros y lo cerró.

Levantó la vista y en una de las paredes observó un gran lienzo muy dañado por el paso del tiempo, dirigió la tenue luz de su linterna hacia él. Algo brilló por un momento y después se apagó. se aproximó dirigiendo el haz de luz hacia él , pero no pudo ver ningún brillo. La linterna perdía poco a poco intensidad y ante el temor de quedar a ciegas en aquel lugar prefirió regresar y bajar.

Disponía de un par de días libres para organizarse en su nuevo hogar, de modo que decidió ordenar sus cosas al día siguiente.

Por la noche oyó el crujir de la casa, las dilataciones del día se contraían con la temperatura nocturna y el edificio parecía quejarse por ello.

Sin embargo, fue otro sonido el que le inquietó. Uno que parecía provenir del techo. Como si alguien paseara por él. Quiso creer que en el desván descubierto esa tarde pudiera vivir alguna rata que paseaba a su libre albedrío entre las pilas del viejo papel almacenado desde quien sabe cuando. Por la mañana, antes de organizar el contenido de sus cajas, se desharía de todo aquello. Tal vez algún anticuario adoptaría todos aquellos manuscritos.

Estaba agotada, se dio media vuelta y se durmió.

Por la mañana, tras tomar una ducha y un frugal desayuno se dirigió al pasillo armada de paciencia suficiente como para desalojar el desván.

¡Cual fue su sorpresa!, ni trampilla ni anilla, allí no había nada.

Pensó que tal vez lo había soñado, sonrió y se dedicó a ordenar todos los enseres empaquetados.

Llevaba dos horas, o tal vez más, ordenando y organizando todo lo que había traído a su nuevo hogar cuando en el fondo de una de las cajas vio algo que en principio no reconoció.

Lo observó por un breve instante, un escalofrío recorrió su espalda, el vello se le erizó.

Con ambas manos extrajo aquel objeto del fondo de la caja.

Un libro, encuadernado en cuero envejecido, adornado con filigranas de oro y recubierto de una finísima capa de polvo. Lo abrió, no sin miedo, aproximadamente por la mitad para observar que en aquellas páginas de un papel grueso de buena calidad y amarilleado por el transcurso del tiempo no había escrito nada.

Ojeó otras páginas con el mismo resultado. Recorrió casi todo el volumen. Estaba en blanco.

Le pareció extraño, no obstante, como los libros le apasionaban y contaba con una pequeña biblioteca, decidió quedárselo. Lo depositó en una de las estanterías entre otros suyos ya leídos.

Nunca más abrió el libro. Y no lo hizo porque pese a tenerlo a la vista y al alcance de su mano, no lo recordaba.

Tal vez, si lo hubiera hecho , habría visto como las primeras páginas ya se habían escrito.

Si hubiera leído esas páginas se habría dado cuenta de que en ellas se había plasmado su biografía, que comenzaba desde el mismo momento en que entró por la puerta de la que hoy era su casa y su hogar.







Entradas populares

ARENA