LA CAMARA
Lo habían ensayado, día a día, semana a semana, mes a mes. Tenían todo calculado. Contaban con un plan B.
Ya era el día, sí todo salía según lo planeado no se volverían a ver. Cada uno seguiría su camino.
Al día siguiente, cuando la cámara acorazada de la galería se abrió, los responsables de seguridad fueron los primeros en acceder.
Sacarían la colección de joyas celosamente guardadas, que habían mantenido en secreto hasta el día de la exposición.
No estaban. La cámara estaba vacía. Reliquias babilónicas y asirias, joyas y túnicas bordadas en metales preciosos, tallas de antiguos dioses en lapislázuli. Todo había desaparecido como por arte de magia.
Ni las alarmas, ni los sensores, ni las cámaras. Un sistema de seguridad de última generación. Todo había fallado.
La investigación policial se prolongó durante meses, más de los que cuenta un año.
Nunca supieron qué ocurrió. Todos fueron sospechosos. Desde el propietario de la galería hasta el último de los vigilantes contratados.
Ocultos, protegidos en depósitos estancos, en una vieja mina cerrada, descansan esperando, los hallazgos de años de trabajo de un equipo de arqueólogos reclutados en la universidad.
Habían quedado transcurridos unos años. En el restaurante esperaban al último por llegar.
Cuando la mesa estuvo completa, dos arqueólogos, un empresario de minería, un jefe de servicios de seguridad, sus dos inspectores de confianza y un marchante, celebraban un aniversario.
