ARENA

Llegó y sintió el olor a sal. Las olas acariciaban suavemente la arena. La brisa le hablaba al oído y le pareció escuchar su voz. Un susurro tenue que le decía que estaba allí, con él. 

Se giró. Unos niños corrían por el paseo en dirección a la playa. 

Se descalzó, se arremangó los pantalones y pisó la arena. Fue entonces cuando sintió su presencia, su olor, su cálido acompañamiento.

Cerró los ojos y la vio, sonriendo, con ese gesto tan propio. Ella se giró y dándole la espalda comenzó a caminar hacia la orilla. Él le gritó: "no, espera", se volvió y le dedico otra tierna sonrisa y en esa posición, poco a poco se fue desvaneciendo. 

Abrió los ojos y se dio cuenta de que había subido la marea, las olas más valientes se adentraban en la arena rozando sus pies descalzos. 

Siguió andando a lo largo de la orilla, la brisa le acompañaba y bajo sus pies, la mojada arena.

Comenzaba a oscurecer y pensó que debía regresar. Giró para volver sobre sus pasos y en su mano una caricia. Una palma agarró la suya y temiendo mirar a su lado, continuo andando dejando tras de sí el ocaso.

Los pocos que como él caminaban sobre la arena, le miraban felices, pues tal vez, esa pareja les recordaba lo maravilloso de estar enamorado.

No nos dejan, solo esperan. Y cuando tengamos que partir, allí estarán, como en la terminal de un aeropuerto, escuchando la llamada para volver a vernos.



           (Dedicado a Juanjo con todo mi cariño)

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