LUNA NUEVA
Siempre he oído hablar de los pueblos fantasmas. Pueblos cuya población se fue reduciendo hasta la mínima expresión. Pueblos en los que la gente iba falleciendo o se iba marchando. Pueblos que acababan solos, sin vida, como una imagen fija con calles desiertas, puertas abiertas y muros caídos por el paso del tiempo, por la humedad y por la vegetación que siempre acaba por abrirse camino.
Esta historia sucede en uno de esos pueblos. Solo que en esta ocasión la definición de pueblo fantasma toma su más estricto sentido.
Años atrás se perpetró un sonado atraco. Tres individuos vaciaron una joyería. Se llevaron piedras preciosas y una pequeña cantidad de oro.
El botín nunca apareció, pero sí los perpetradores del robo. Extrañamente, una mañana, en una carretera que ya nadie transitaba, un hombre que paseaba junto a su perro observó un vehículo volcado. Cuatro hombres yacían dentro. Los tres atracadores y el conductor habían fallecido en el accidente una oscura noche de luna nueva.
Desde entonces, las gentes del valle decían ver luces en aquel pueblo fantasma.
Se quiso repoblar la zona, y para atraer gentes a los pueblos, éste abandonado se reconstruyó.
Parejas jóvenes fueron quedándose, atraídos unos por una nueva oportunidad, otros por la tranquilidad y no pocos por la leyenda.
Una de esas parejas se alojó en una de las viviendas, tenían por delante trabajo para adecuarla, aunque había sido reconstruida. Debían hacer algunos arreglos en los establos. Esta pareja llegó con su hija. Una niña inquieta, de mirada inteligente y la sonrisa inocente que solo tienen los niños.
La segunda noche oyeron unos ruidos en el exterior, en la zona de los establos.
El padre se enfundó una chaqueta sobre el pijama y salió.
Vio a su hija asomada a la puerta de un establo. La llamó. La niña se giró sonriente. Al mirarla notó como un destello brillaba en el interior.
Pensando en lo peor, corrió hacia la niña y la alzó con un brazo mientras con el otro empujaba la puerta.
Allí no había nada.
La niña le miraba intentando comprender su reacción.
- Los has asustado -le dijo.- ¿A quienes? -preguntó incisivo el padre.- A los señores. Vienen a por el tesoro pero dicen que no se acuerdan de donde lo escondieron.
Era una noche oscura. Una noche de luna nueva.