SECUESTRO

Sara no había regresado. Siempre hacía lo que quería y nunca daba explicaciones a nadie. Por este motivo tenía constantes encontronazos con su padre, que solía acusar a su esposa de ser demasiado condescendiente. 

Esperaron hasta bien entrada la madrugada. No respondió ni a sus llamadas ni a sus mensajes.

Serían las cuatro cuando entre sueños le pareció oír el sonido de su móvil.

Confundido por el sonido despertó. Miró la pantalla, era ella. "¡ A estas horas! ¿Qué querría?". Enfadado, rechazó la llamada. Se dio media vuelta y cerró los ojos. No había vuelto a conciliar el sueño cuando el teléfono volvió a sonar. Se giró, y enfadado descolgó.

Una voz desconocida, masculina, le advertía de que debía de entregar una sustanciosa cantidad de dinero como rescate. En caso de no hacerlo, no volvería a ver a su hija.

Se espabiló repentinamente. Necesitaba de todos sus reflejos. Pidió una prueba de aquello. No le extrañaba que la insolente de du hija le estuviera gastando una de sus bromas de mal gusto.

La oyó entre sollozos, le pedía perdón. Dijo que eran dos y que por favor les hiciera caso. Estaba desconsolada.

De nuevo, la voz de aquel hombre, que no logró reconocer le dio un ultimátum. Le advirtió que nada de policía. Le indicó una hora y un lugar. Y la manera en que procederían al intercambio.

Su esposa, que también se había despertado y le observaba en silencio, con clara expresión de no entender nada, le interrogó cuando colgó la llamada.

Estaban en el lugar y a la hora indicados.Habían conseguido reunir el dinero y tal y como les habían indicado lo arrojaron al río desde el puente en unas bolsas cerradas con suficiente aire para que flotaran.

Vieron acercarse un kayak con un ocupante que las recogió y comprobó el contenido. Después, se alejó.

Esperaron una hora sin noticias. Comenzaron a pensar que habían obrado mal. Si hubieran avisado a la policía...

Tras tres horas se marcharon directamente a comisaría.

El inspector que les atendía redactaba la denuncia en silencio, sin juzgarles. Les ofreció los servicios de un psicólogo, pero lo rechazaron.

Vivían pendientes del teléfono. Había transcurrido mucho tiempo y las investigaciones policiales no avanzaban por ningún camino.

No habían encontrado rastro del dinero. Tampoco habían dado con el paradero de su hija, o con el de su cuerpo.

No perdían la esperanza pero sabían que cuanto más tiempo transcurriera, más difícil sería encontrar a los culpables y por tanto, dar con su hija. O con sus restos en el peor de los casos.

Por fin, mientras estaba en una reunión en su despacho, sonó el teléfono. Miró la pantalla. ¡Comisaría!

Salió sin decir nada, ansioso y temeroso por lo que iba a escuchar.

El inspector le informó de que se habían hallado dos cuerpos en un piso de las afueras. Llevaban tiempo muertos y hasta que los forenses no hicieran sendas autopsias no podía decirle más. No obstante, sabían que había relación con el caso. Habían encontrado en uno de ellos el móvil de su hija.

Días después les citaron. El inspector, acompañado de otro agente les comunicó que en efecto, podían ser los secuestradores. Les mostraron fotografías de ambos. Estaban fichados por tener antecedentes.

Fue la madre la que se estremeció. Reconoció a uno de ellos. Lo recordaba por haberlo visto con su hija que se lo presentó como un amigo un día que coincidió en el centro comercial.

La investigación dio un giro de ciento ochenta grados. La víctima pasó a ser sospechosa.

Los padres no podían creer que su hija pudiera haber tramado su propio secuestro, haber engañado a dos delincuentes, haberles robado el rescate y haberlos matado a sangre fría para desaparecer después sin dejar rastro.






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